Durante el prolongado, complicado e incierto periodo que ha resultado la contingencia sanitaria se han detonado dificultades de diferente índole. Ha afectado desde la economía de las naciones hasta el bienestar físico y emocional de las personas.
Esta situación ha tenido repercusiones notorias en el ámbito global, que han atraído la atención de la mayoría de la población, pero también ha tocado lo más personal e íntimo de un gran porcentaje de gente. Esto tiene repercusiones que han cobrado mayor relevancia, como la salud mental.
En el entorno laboral, que es el que nos atañe, la salud mental de las personas se ve impactada por el ambiente que se genera en las empresas, por el nivel de estrés y tensión que viven fruto de su labor cotidiana. Ya venía siendo un foco de atención, pero ahora se ha agravado por la pandemia.
Un ambiente sano en los trabajos, no lo olvidemos ni lo desestimemos, se traduce en colaboradores con salud mental estable.
¿Qué tan grave es el problema? La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) informaba ya en 2012, a través de un estudio titulado “Sick on the job? Myths and realities about mental health at work», que uno de cada cinco trabajadores en el mundo sufre un problema de salud mental.
De acuerdo con un estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud previo a la pandemia, se estima que tres de cada siete trabajadores mexicanos padecían ya estrés laboral.
Esta cifra cobra mayor relevancia si tomamos en cuenta que el Instituto Mexicano del Seguro Social indica que cuatro de cada diez trabajadores con estrés desarrollan depresión en corto plazo.
Otro estudio, pero realizado por la Universidad Nacional Autónoma de México apunta que un muy alto porcentaje de organizaciones mexicanas (alrededor del 85%) no cuenta con condiciones adecuadas para que sus colaboradores tengan un balance entre vida personal y trabajo.
Todo esto, como es de suponer, propicia trastornos físicos y psicológicos en las personas, como insomnio, estrés, ansiedad y otros síntomas que están asociados a la depresión. En conjunto causan que al año se pierda 4% del Producto Interno Bruto (PIB) global, de acuerdo con estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Para las organizaciones significa también un costo económico, pues se refleja desde baja productividad de los colaboradores, hasta ausentismo e incremento de accidentes de trabajo. Solo por dar un ejemplo, se estima que en México, la depresión es la segunda enfermedad por incapacidad más frecuente en la población adulta.
Es una situación que nos debe preocupar y ser atendida con urgencia. Ello explica la entrada en vigor hace un par de años de la NOM-035, norma cuyo objetivo es establecer los elementos para identificar, analizar y prevenir los factores de riesgo psicosocial, así como para promover un entorno organizacional favorable en los centros de trabajo.
Detectar y atener estos síntomas debe ser de suma importancia para el gobierno, la iniciativa privada y la sociedad. No es algo menor, en ningún sentido.
Durante el prolongado, complicado e incierto periodo que ha resultado la contingencia sanitaria se han detonado dificultades de diferente índole. Ha afectado desde la economía de las naciones hasta el bienestar físico y emocional de las personas.
Esta situación ha tenido repercusiones notorias en el ámbito global, que han atraído la atención de la mayoría de la población, pero también ha tocado lo más personal e íntimo de un gran porcentaje de gente. Esto tiene repercusiones que han cobrado mayor relevancia, como la salud mental.
En el entorno laboral, que es el que nos atañe, la salud mental de las personas se ve impactada por el ambiente que se genera en las empresas, por el nivel de estrés y tensión que viven fruto de su labor cotidiana. Ya venía siendo un foco de atención, pero ahora se ha agravado por la pandemia.
Un ambiente sano en los trabajos, no lo olvidemos ni lo desestimemos, se traduce en colaboradores con salud mental estable.
¿Qué tan grave es el problema? La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) informaba ya en 2012, a través de un estudio titulado “Sick on the job? Myths and realities about mental health at work», que uno de cada cinco trabajadores en el mundo sufre un problema de salud mental.
De acuerdo con un estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud previo a la pandemia, se estima que tres de cada siete trabajadores mexicanos padecían ya estrés laboral.
Esta cifra cobra mayor relevancia si tomamos en cuenta que el Instituto Mexicano del Seguro Social indica que cuatro de cada diez trabajadores con estrés desarrollan depresión en corto plazo.
Otro estudio, pero realizado por la Universidad Nacional Autónoma de México apunta que un muy alto porcentaje de organizaciones mexicanas (alrededor del 85%) no cuenta con condiciones adecuadas para que sus colaboradores tengan un balance entre vida personal y trabajo.
Todo esto, como es de suponer, propicia trastornos físicos y psicológicos en las personas, como insomnio, estrés, ansiedad y otros síntomas que están asociados a la depresión. En conjunto causan que al año se pierda 4% del Producto Interno Bruto (PIB) global, de acuerdo con estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Para las organizaciones significa también un costo económico, pues se refleja desde baja productividad de los colaboradores, hasta ausentismo e incremento de accidentes de trabajo. Solo por dar un ejemplo, se estima que en México, la depresión es la segunda enfermedad por incapacidad más frecuente en la población adulta.
Es una situación que nos debe preocupar y ser atendida con urgencia. Ello explica la entrada en vigor hace un par de años de la NOM-035, norma cuyo objetivo es establecer los elementos para identificar, analizar y prevenir los factores de riesgo psicosocial, así como para promover un entorno organizacional favorable en los centros de trabajo.
Detectar y atener estos síntomas debe ser de suma importancia para el gobierno, la iniciativa privada y la sociedad. No es algo menor, en ningún sentido.