El ritmo acelerado con que se está transformando el mundo desde hace algunas décadas no disminuye; por el contrario, ha tenido un notable impulso con la crisis sanitaria que ha impactado al mundo desde hace casi dos años y medio. El desarrollo y uso de tecnologías emergentes ha sido la punta de lanza que va dictando la transformación en la vida de las personas y en la manera de hacer negocios.
En un mundo cada vez más volátil, incierto, complejo y veloz, la duda es si las empresas se están sabiendo adaptar al cambio. Si después de este largo tiempo de pandemia se han logrado preparar para vivir sus propios procesos de transformación. Este momento es un hito en la historia, es la enorme oportunidad que tienen de reinventarse.
Aquel negocio que no vea esa coyuntura es probable que esté destinado a fracasar, a morir. O dicho de otra forma que se escuche menos fatídica: aquellas empresas que anticipen los cambios y actúen en consecuencia serán las que logren mantenerse relevantes y competitivas, en un entorno que constantemente está cambiando las reglas.
Ante este panorama algunas organizaciones ya han dado pasos rumbo a la transformación. Han emprendido acciones enfocadas, en especial, a la digitalización y adopción de tecnología que les ayude en su modernización. Sin embargo, no basta. La tecnología es un habilitador para las ideas y para la acción; no a la inversa. Una app, un software, un dispositivo, el big data e incluso la Inteligencia Artificial tienen, todavía, su verdadera utilidad cuando interviene el ser humano.
La clave para la transformación comienza en las personas, y por ello el primer paso que deben dar las empresas es realizar cambios en su cultura organizacional. Será solo así que su gente asimile, adopte, ejecute e impulse el cambio. Son las personas que conforman la empresa quienes dan forma y sentido al cambio cuando interactúan, colaboran, comparten información y avanzan juntos en la consecución de objetivos.
De esta forma, la alta dirección, sus líderes y Recursos Humanos podrán identificar las fortalezas de la organización, las flaquezas de su operación, la capacitación que requieren los colaboradores y los perfiles del talento necesario para desarrollar y apuntalar la estrategia de negocio que les ayude a crecer.
El reto es enorme para las empresas, sobre todo para aquellas que durante la pandemia se han dado cuenta que su cultura no funcionó de manera efectiva para enfrentar las circunstancias o si se vio afectada y requieren replantearla.
La cultura pervive mientras la empresa vive. No se va, no desaparece, es la forma como se hacen las cosas al interior, por lo que aunque no se quiera ver está ahí. Cada cultura organizacional es única; no hay buenas o malas. Solo hay que orientarla al cambio, a la innovación, a la flexibilidad, a la resiliencia, a la adaptabilidad y que la gente se involucre, la sienta propia.
Los cambios no se dan de un día para otro, es un proceso gradual, pero por muy atrás que sienta que está una organización tiene oportunidad de corregir el camino si trabaja en su cultura. Nada está perdido, pero eso sí, hay que apretar el paso porque el tiempo apremia.