Después de dos años de pandemia, el desgaste y cansancio que han generado la incertidumbre ante la evolución del virus, el mantenernos en alerta permanente, enfrentar cambios en diferentes aspectos de nuestra vida, resentir el impacto económico en lo global y lo individual, entre otras circunstancias, han propiciado un ambiente que nos ha afectado a la gran mayoría.

No es de extrañar que una de las mayores alteraciones observadas en este lapso es el incremento en los niveles de estrés en las personas. La tensión acumulada está cobrando factura y ha devenido en implicaciones más graves, como depresión u otras afectaciones físicas y emocionales.

No es un problema que surgió con la crisis sanitaria. La Organización Mundial de la Salud alertaba, con base en un estudio que llevó a cabo en 2018, que tres de cada siete trabajadores mexicanos padecían estrés laboral. Esa cifra incrementó dada la situación que prevalece actualmente.

Esto no es algo menor; tanto así que de un tiempo a la fecha es un tema de salud pública que se está atendiendo. Sin embargo en el plano personal cada uno puede contribuir a reducir sus propios niveles de estrés con sencillas acciones en los tres ámbitos del ser: cuerpo, mente y alma. Por ejemplo:

  • Mantener hábitos saludables de alimentación.
  • Realizar ejercicio; puede ser moderado como caminar.
  • Dedicar tiempo suficiente para descansar y dormir.
  • Practicar la conciencia plena o mindfulness.
  • Evitar preocuparse por lo que está fuera de nuestro alcance.
  • Llevar a cabo ejercicios de respiración profunda.
  • Convivir con seres queridos y amistades.
  • Autoconocernos, saber quiénes somos y qué queremos.
  • Adquirir nuevos conocimientos o habilidades.
  • Aprender a decir no cuando no puedas o quieras hacer algo.