Uno de los grandes retos que enfrentaron líderes y empresas mexicanas de todos los giros y tamaños con la abrupta llegada y prolongada permanencia de la cuarentena ha sido mantener equipos de trabajo eficaces y efectivos.
No pocas organizaciones reconocen que la distancia, pese a las múltiples herramientas tecnológicas que están al alcance de un clic, les dificulta el que sus colaboradores se mantengan integrados como una red compacta, bien coordinada, participativa y de rápida respuesta.
La realidad no es la misma para todas las empresas; el compromiso y la productividad de los colaboradores tampoco. Estudiosos de temas interculturales han disertado al respecto desde hace muchos años, y aunque hay opiniones encontradas, parece que el trabajo en equipo no es uno de los fuertes en nuestro país.
Se escucha como una paradoja, pues al mexicano se le reconoce en todo el mundo por su perfil gregario, por su gran capacidad de relacionarse y porque muchas actividades las realiza en grupo. El trabajo en equipo, supondríamos, es “pan comido” (para utilizar una expresión muy mexicana), pero no es así.
Hay varios factores que se han puesto sobre la mesa para explicar esta aparente contradicción, pero aquí nos detendremos en una que concierne directamente a las empresas. Y es que estas han promovido, incentivado y premiado el trabajo individual sobre el grupal; el crecimiento es sinónimo de ejercer poder sobre el equipo y se privilegian las relaciones verticales en lugar de las horizontales.
La contingencia sanitaria, sumado a una nula preparación para hacer home office, ha evidenciado que el trabajo en equipo en muchas empresas es más un buen deseo que una realidad. Y esto debería realmente preocuparles, pues al parecer el teletrabajo llegó para quedarse y será uno de los factores decisivos en la competitividad, que permita reducir costos y elevar productividad.
¿Qué tendrían que hacer aquellas empresas que han identificado pobres resultados en su afán de integrar verdaderos equipos de trabajo?
Antes que otra cosa, desarrollar dentro de la empresa una cultura de equipo que promueva la participación y la colaboración para solucionar las dificultades que se presentan en el día a día.
Una cultura que priorice la comunicación abierta y permita el diálogo para llegar a consensos y no imposiciones.
La empresa debe fomentar, con acciones y no solo con palabras, la colectividad, así como integrar las visiones, intereses y capacidades de los que la conforman para alcanzar un fin común. La intención es que las personas se sientan valoradas, tomadas en cuenta y que forman parte de un grupo, de un equipo, de una colectividad.
Esto significa que tanto la empresa como los individuos estén orientados a la colaboración. Para la primera es fundamental para establecer procesos y sistemas organizacionales que apoyen el trabajo en equipo; para los segundos les requiere desarrollar habilidades para coordinar su labor con la de sus demás compañeros, áreas o departamentos.
Al respecto hablaremos con más detalle en la segunda parte de este artículo.
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