Mucho se ha hablado de la incertidumbre que ha prevalecido desde el surgimiento de la crisis sanitaria hace ya dos años y medio. Mucho se ha hablado también de las afectaciones físicas, mentales y emocionales que ha tenido la falta de certezas y por el impacto en diferentes aspectos de nuestra vida y la aparición de nuevas variantes y subvariantes del virus.

Es entendible, entonces, que durante este periodo le hayamos dado al término incertidumbre una connotación todavía más negativa a la que en general ya le veníamos adjudicado. Lo vemos como algo indeseable pues no solo nos hace sentir inseguros, sino que nos muestra que somos vulnerables. Nos incomoda, inquieta y preocupa no saber qué hacer ante una situación, y mucho más si está nuestra vida de por medio.

El ejemplo de la incertidumbre por el cuidado de la salud no es el único, aunque quizá sí de los que más preocupan por las circunstancias actuales. Es una de tantas incertidumbres que enfrentamos todos los días, desde temas globales como la guerra, la economía mundial y el cambio climático,  hasta cuestiones locales, personales, sociales e incluso existenciales.

Sin embargo, nos han enseñado que dudar está mal, nos hace parecer débiles, y por el contrario, las personas exitosas son seguras de sí mismas y tienen total certeza de lo que piensan, de las decisiones que toman y de las acciones que ejecutan. Por lo tanto, inferimos que la incertidumbre es algo negativo.

No tener respuestas nos inquieta

Lo que advierten algunos expertos es que a los seres humanos no saber nos afecta, tenemos aversión a la ambigüedad y preferimos, en la medida de lo posible, conocer las opciones frente a una situación o los probables resultados que puedan generar nuestras decisiones. Lo que llaman riesgos controlados.

Y es que requerimos tener respuestas, pues ellas nos ayudan a resolver nuestras necesidades y de esta forma garantizar nuestra supervivencia. Por eso es que no poseer las respuestas, dudar o sentir incertidumbre nos resulta incómodo; pero contrario a lo que puede pensarse nos beneficia, ya que implica desafío y nos lleva a pensar y buscar soluciones o respuestas.

De acuerdo con estudios recientes, la incertidumbre es crucial para el desarrollo del pensamiento, de la creatividad, la resiliencia y el bienestar mental. Aseguran que ante la incertidumbre nos volvemos más alertas, abiertos al cambio, a escuchar, dispuestos a aprender y a adaptarnos; nos lleva a analizar, buscar soluciones, proponer ideas y ser más creativos.

Todos… absolutamente todos, enfrentamos momentos de incertidumbre. Aunque en algunas ocasiones coincidimos, no nos afectan o enfocamos en los mismos temas, y tampoco con la misma intensidad. La respuesta de cada uno puede variar, incluso, de acuerdo con las circunstancias y en el momento que se presentan.

Lo cierto es que hoy, dada la prevalencia de la crisis sanitaria, un virus que no termina por ser erradicado, así como las repercusiones que sigue teniendo, se han elevado los niveles de incertidumbre y se reflejan en un preocupante incremento de estrés y ansiedad en en la población. No es algo menor, y sí algo en lo que empresas e individuos deberíamos poner atención.

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