Hablábamos en la primera parte de este artículo de que sin creatividad e innovación las empresas tienen escasas probabilidades de sobrevivir, particularmente en las circunstancias actuales. Son, sin lugar a dudas, dos de los más valiosos activos que se deben fomentar y potenciar.
Y si son tan relevantes ¿por qué no se vuelcan a ellas? En principio porque, aunque parecen actividades inherentes al ser humano cuestan trabajo, en especial porque implica dejar lo que nos da certeza. Representan un verdadero desafío, complejo y riesgoso.
Creatividad e innovación implican generar ideas que sean útiles, repensar y replantear lo que hacemos y cómo lo hacemos. Como vimos antes, introducir algo nuevo y realizar cambios, por muy prometedores que sean, propicia incertidumbre, dudas y resistencia si no se realiza a través del proceso correcto.
La mayoría prefiere no “experimentar” y seguir haciendo las cosas “a la segura”, aunque los resultados (ventas, ingresos, penetración de mercado) no sean los mismos. No es tanto una cuestión de edad como de cultura, de capacidad para gestionar el talento, de contar con personas que asumen la responsabilidad de sus funciones y de tener un liderazgo que impulsa el atreverse y no castiga el experimentar.
Sin embargo, hay que tener cuidado. No se trata de emprender todas las ideas que se propongan sino de seguir un proceso que permita clarificar el camino para obtener mejores resultados. Creatividad e innovación no se pueden dejar al azar, se deben planear, programar y evaluar para que cumplan objetivos concretos.
Las siguientes son algunas acciones valiosas en dicho proceso:
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